¿Qué es Hierofania?
- franklinpendragon
- 20 jun 2021
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Al considerar el espacio sagrado debemos tener en cuenta que la concepción de un lugar “sagrado” parte de la base de la existencia de otros lugares que no lo son, es decir que en principio podemos establecer una oposición entre lo “sagrado” y lo “profano”.
Para el materialista extremo, que es el producto de la desacralización moderna, no hay nada sagrado porque para él no existe nada trascendente.
Por el contrario, para el iniciado TODO es sagrado porque la divinidad se manifiesta en todos los seres y todas las cosas. Según esta idea, cualquier lugar puede convertirse en nuestro templo y en nuestro oratorio.
No estamos queriendo decir con esto que la filosofía iniciática no reconozca la existencia de sitios relacionados a algunas formas de energía y que pueden ayudarnos en nuestras las prácticas espirituales, pero no debemos concluir que la comunión con la divinidad es patrimonio exclusivo de esos lugares.
Sobre este punto, C.S. Lewis afirmó que “es bueno tener cosas, lugares y días especialmente sagrados, pues, sin esos puntos focales o recordatorios, la creencia de que todo es sagrado (...) disminuirá pronto hasta convertirse en un mero sentimiento”.
El profano con cierta religiosidad, por su parte, necesita la dicotomía “sagrado-profano”, es decir que precisa referencias evidentes para diferenciar lo espiritual de lo mundano porque su entendimiento limitado no puede comprender que “todo es sagrado”. Es más, en un mundo desacralizado como el actual la aseveración de que “todo es sagrado” (es decir, un universo homogéneo) puede llevar a este profano “seudo-religioso” a la conclusión errónea de los materialistas de que –por consiguiente– “nada es sagrado” (también homogéneo).
Bhagwan Shree Rajneesh decía: “o bien el mundo es totalmente sagrado, incondicionalmente, o es profano. No hay una posibilidad intermedia”, lo cual es completamente cierto.
¿Cómo se determina un espacio sagrado? Normalmente estos emplazamientos, donde luego generalmente se construyen edificaciones religiosas, son descubiertos mediante una revelación o un encuentro prodigioso, que se denomina “hierofanía”.
Una hierofanía es la manifestación de lo sagrado, es decir que “algo sagrado se nos muestra” a través de elementos y objetos que en nuestro mundo profano no tienen esa connotación (una piedra, un árbol, un lugar, etc). En el
cristianismo, por ejemplo, la hierofanía suprema es la encarnación de Dios en un hombre (Jesucristo).
Dice Mircea Eliade: “El occidental moderno experimenta cierto malestar ante ciertas formas de manifestación de lo sagrado: le cuesta trabajo aceptar que, para determinados seres humanos, lo sagrado pueda manifestarse en las piedras o en los árboles. Pues, como se verá en seguida, no se trata de la veneración de una piedra o de un árbol por sí mismos.
La piedra sagrada, el árbol sagrado no son adorados en cuanto tales; lo son precisamente por el hecho de ser hierofanías, por el hecho de «mostrar» algo que ya no es ni piedra ni árbol, sino lo sagrado. (...) Un objeto cualquiera se convierte en otra cosa sin dejar de ser él mismo, pues continúa participando del medio cósmico circundante. Una piedra sagrada sigue siendo una piedra; aparentemente (con más exactitud: desde un punto de
vista profano) nada la distingue de las demás piedras. Para quienes aquella piedra se revela como sagrada, su realidad inmediata se transmuta, por el contrario, en realidad sobrenatural”.
Tras comprender el significado de la “hierofanía” volvamos a analizar cómo se fija un espacio sagrado. Toda hierofanía determina un lugar, un punto sagrado que es tenido en cuenta como el “punto cero” o el “centro”. En México, por ejemplo, ese centro era Tenochtitlán que fue revelado a través de un águila que estaba comiendo una serpiente sobre un nopal, es decir el lugar preciso donde confluían las energías celestes (águila) y las terrestres
(serpiente).
“El sitio donde el águila grazna, en donde abre las alas; el sitio donde ella come y en donde vuelan los peces, donde
las serpientes van haciendo ruedos y silban! ¡Ese será México Tenochtitlan, y muchas cosas han de suceder!”
En el Imperio Inca, ese centro era Cusco (Qosqo), que fue enseñado a Manco Cápac y a su esposa Mama Ocllo porel mismo dios Inti (el sol).
En España, un eremita llamado Pelayo observó unas luces nocturnas en el bosque de Libredón y le comunicó este fenómeno al obispo Teodomiro. Éste habría descubierto posteriormente en ese lugar los restos del apóstol Santiago, donde más adelante se emplazaría Santiago de Compostela, una de las tres ciudades sagradas del catolicismo, junto a Roma y Jerusalén. Este centro sagrado está presente en todas las tradiciones: La Meca en el Islam, Delfos para los griegos, Shamballah para los tibetanos, Jerusalén para los judíos y cristianos, Roma para el antiguo imperio itálico y la Iglesia Católica, etc.
Eliade comenta que “la revelación de un espacio sagrado permite obtener «un punto fijo», orientarse en la homogeneidad caótica, «fundar el Mundo» y vivir realmente. Por el contrario, la experiencia profana mantiene la homogeneidad y, por consiguiente, la relatividad del espacio”.
Ese “centro del mundo” determina un eje vertical arriba-abajo y actúa como intermediario entre el cielo y la tierra. Muchas veces se concibe como una “columna cósmica” que está representada por un árbol (como el árbol de la vida del paraíso, o el Ygdrassil de los nórdicos), por una montaña e incluso por una roca.
En el mundo islámico ese “punto cero” está marcado por la Kaaba, una enorme piedra de basalto negro que está emplazada en la ciudad santa de La Meca. Según la tradición musulmana, la Kaaba está ubicada en el sitio más elevado del globo, en el “centro terrestre”, exactamente bajo la estrella polar que sería el “centro celeste”.
Todo fiel del Islam debe peregrinar a La Meca para dar siete vueltas alrededor de la Kaaba y cada día orar siete veces en dirección a esta piedra, según está escrito en “El Corán”:
“Te hemos visto [Oh Profeta] mirar al cielo con frecuencia [buscando guía]: y ahora vamos a hacer que te vuelvas
en la oración en una dirección que te es querida. Vuelve, pues, tu rostro hacia la Casa Inviolable de Adoración; y donde quiera que estéis, volved vuestros rostros hacia ella [en la oración]”. (Corán, II:144)
Esta dirección exacta para la oración islámica se llama “Alquibla” y originalmente estaba dirigida a Jerusalén, pero cuando los hebreos negaron a Mahoma como profeta, el centro pasó a La Meca y Jerusalén pasó a ser llamada
“Alquibla Alqadima” (antigua qibla).
Como veníamos diciendo, cuando este eje (axis mundi) es establecido artificialmente por los hombres puede estar constituido por un templo, un megalito o una pirámide. En torno a este eje cósmico las sociedades tradicionales desarrollaban su civilización y establecían su “Cosmos”, es decir su propio mundo, conocido, habitado y en orden, en oposición al “Caos” externo, desconocido y peligroso.
El sufi Bayazid Bistami describe del siguiente modo su progreso en el arte de orar: “La primera vez que visité la Kaaba en La Meca, vi la Kaaba. La segunda vez vi al Señor de la Kaaba. La tercera vez no vi ni la Kaaba ni al Señor
de la Kaaba”.
Volvemos a dejarnos guiar por el rumano Mircea Eliade, que dice: “si todo territorio habitado es un Cosmos, lo es
precisamente por haber sido consagrado previamente, por ser, de un modo u otro, obra de los dioses, o por comunicar con el mundo de éstos. El «Mundo» (es decir, «nuestro mundo») es un universo en cuyo interior se ha manifestado ya lo sagrado y en el que, por consiguiente, se ha hecho posible y repetible la ruptura de niveles”.
“Con-sagrar” significa “volver sagrado” y esto se realiza mediante diversas formas rituales. En la Roma antigua, el augur determinaba –en consulta con los dioses– el sitio preciso o “centro” para emplazar una ciudad y en torno a
este “punto cero” se abría una fosa circular o “mundus” (de ahí la referencia que hace Eliade sobre el “mundo”) que recibía las ofrendas e incluso tierra de los lugares de procedencia de los primeros habitantes. Este foso se clausuraba con una piedra de forma cuadrada y se procedía a la delimitación del perímetro usando un arado de
bronce que era tirado por dos bueyes blancos. De este modo se delineaba el surco primigenio (sulcus primigenius) donde debía delimitarse este “mundus” mediante la construcción de una muralla o empalizada.
El mundus estaba dividido en cuatro, marcando una cruz sobre el círculo y que correspondía a los cuatro puntos cardinales, lo cual puede observarse en la “Roma cuadrata” o en el Tahuantinsuyo incaico (“las cuatro regiones
juntas”). Como vemos, el “mundo” de las sociedades tradicionales está con-sagrado –en primer lugar– por estar en contacto directo con ese centro sagrado.
Resumiendo:
“El simbolismo arquitectónico del Centro puede formularse así:
a) la Montaña Sagrada —donde se reúnen el Cielo y la Tierra— se halla en el centro del Mundo;
b) todo templo o palacio —y, por extensión, toda ciudad sagrada o residencia real— es una “montaña sagrada”, debido a lo cual se transforma en Centro;
c) siendo un Axis mundi [Eje del mundo], la ciudad o el templo sagrado es considerado como punto de encuentro del Cielo con la Tierra y el Infierno”.
Desde una perspectiva iniciática el profano se ha desplazado desde el centro a la periferia e incluso niega la existencia de un centro. Más aún: el mismo se considera el “centro del universo”, lo cual es fomentado por la sociedad de consumo, promotora del individualismo y del egoísmo.
El discípulo –por su parte– ha descubierto su alejamiento del centro, y ha iniciado su peregrinaje en el sendero iniciático hacia ese punto central de comunión, para abrir la simbólica puerta que lo lleva al “Santuario del Ser”,
como veremos más adelante.
Este camino al centro no es fácil: está lleno de obstáculos y a menudo se representa como el ascenso a una escalera, la subida a una montaña, el avance dentro de un laberinto, la peregrinación a un lugar santo, etc. Eliade indica que el acceso al “centro” equivale a una consagración, a una iniciación; a una existencia ayer profana e ilusoria, sucede
ahora una nueva existencia real, duradera y eficaz”.

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